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sábado, 31 de diciembre de 2011

Especial Fin de Año :: Una historia



   Cuando somos pequeños creo que nada nos preocupa, o al menos nada nos preocupa tanto como para dejar de pensar en aquello que nuestra mente desea. No hay más que ver a los niños jugar y tomarse en serio el juego porque no existe nada más. Y la temida hora de la comida no es motivo de preocupación antes de su momento. Vivíamos el momento.
   Ya no soy pequeño, ni un niño. Ni siquiera un adolescente. Ahora intento que los pensamientos se concentren en el presente, en lo que tengo justo delante, pero es difícil pensar como un niño. Ahora otros temas ocupan mi pensamiento a cada momento, haga lo que haga. Me disperso. Seguid leyendo, por favor.


   ¿Que ves cuando ante tus ojos hay un simple oso de peluche? 
   Yo veía varias cosas. Colores y formas. Texturas que probar con unas manos nuevas que había recién descubierto. Más tarde aprendí a relacionar los objetos con sensaciones. Y más adelante, a relacionarlas con recuerdos, cuando los tuve. El oso de peluche ha sido colores, formas, 100% poliéster cuando aprendí a leer...Ha sido compañero de batallas y a veces proyectil en ellas. Ha sido heredado y ha sido amigo de nuevo. 
   Pero también ha sido una caja donde guardar recuerdos, y al mismo tiempo, la llave para acceder a ellos. Los recuerdos de la niñez se intensifican cuando vivimos ciertos momentos, como observar a un bebé cuando usa sus manos para tocar aquello que le rodea. Aparece de la nada una neblina que me enturbia la vista al recordar. Y son recuerdos felices, pero a la vez tristes porque sientes la inocencia que no volverá. La reconoces. 
   Ocurre que con el tiempo convierto ese recuerdo en algo muy feliz al revivirlo. 
   El oso de peluche me trae otro recuerdo, que ni el tiempo ha sido capaz de suavizar, porque no hay solución. El momento en que ya de noche, a una hora en que los niños de siete años seguramente están dormidos, un pensamiento cruza salvajemente por la mente del niño, despertándolo. Y acto seguido entra en la cocina, abrazándose a su madre sin poder hablar del llanto. Muchos minutos de llanto y toda una vida para recordarlo. Tenía que llegar de noche...así de pronto, dormido en mi cama, con siete años y harto de jugar en la calle todas las tardes, supe que iba a morir. Algún día.
   Y ya puestos, el puto oso de peluche me trae aquello que no podré olvidar, ni querré, porque algunos hechos te hacen más humano, los quieras o no. 
   Tuve la ocasión de conocer a una pareja cuya dificultad para engendrar descendencia era inversamente proporcional a su ilusión. Curiosamente pude estar muy cerca en los momentos en que llegó la feliz noticia, así que su ilusión se vió aumentada y de paso también la mía. De regalo llegó un perrito, un cachorro de labrador que ya era enorme a pesar de su edad, y un gigantesco oso de peluche, que pude ver en varias ocasiones, pues por aquella época iba bastante. La alegría se podía tocar en aquella casa. 
   Pocas semanas más tarde me enteré contextualizando las caras de la familia de que había surgido alguna complicación. Al tiempo supe lo que había pasado. La pareja estaba bien. Sólo la pareja. 
   No me resultó extraño entonces que alguno de los regalos que fueron recibidos con calurosa acogida fueran apartados, como fue el caso del cachorro.
   En otra de mis visitas estuve en el sótano de la casa, y desde la entrada del mismo vislumbré un extraño bulto entre penumbras, rodeado del gris sucio del hormigón.Allí, olvidado como un mal recuerdo, estaba el oso de peluche. 
   A quien lo dejó en el sótano, gracias por ese recuerdo.

1 comentario:

El NoLo dijo...

Un abrazo tío. Feliz año.