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jueves, 22 de noviembre de 2007

¿Invento o descubrimiento?

He estado varios días eligiendo tema para mi siguiente entrada al blog y aunque he encontrado ideas que satisfacen este deseo en cuanto a curiosidad o ganas de compartir, no lo colman si lo que quiero es comunicar algo importante que influye de verdad en la vida cotidiana de las personas. Hoy ha sido el día. Mientras me duchaba me ha asaltado una conocida sensación que viene siendo vieja amiga y acérrima enemiga del que os escribe.

Si nos paramos a pensar en cuánta gente conocemos al cabo de un día, o dependiendo de las circunstancias de cada uno, semana o semanas, y en qué nos influyen si lo hacen, nos pueden ocurrir dos cosas:

- Puede que recordemos a esas personas como unidades infinitesimales de una




red neuronal, agujas en un inmenso pajar del que formamos parte. Y podemos simplemente enumerarlos o vagamente vislumbrar sus rostros, manos o voces. Sin más importancia que la que tiene mirar durante unos segundos una hormiga en el suelo mientras esperamos el autobús.

- O puede que cada uno de ellos se torne una experiencia viva de lo que significa rozar otro Universo, con sus galaxias, sus soles, sus mundos y sus secretos. Unas pocas luciérnagas sobre un sombrío manto. Pero brillan.

Por otro lado, también hay otra sensación, aquella que nos sorprende quizá cabizbajos o pensativos, que significa saber que hay huecos, vacíos en nuestra historia personal que con mucho tesón podríamos llenar o que pueden quedar libres de contenido por el resto de nuestros días. Cuando esto último ocurre, tendemos a mirar el mundo desde abajo, pues algo no funcionó en esa estrella que regía el cielo cuando nacimos, y que nos dejó huérfanos de una parte de la felicidad a la que quiero pensar que todos tenemos derecho. Valoramos más, pues, aspectos de los demás, o de las cosas que a otros pasan inadvertidos. (Si quereis más referencias a una persona así os recomiendo el personaje de Bernard en Un mundo felíz de Aldous Huxley)

La unión de las dos sensaciones, conciencia de uno mismo y de los demás e infelicidad dan como resultado que no sintamos igual que el resto, que no seamos como el resto y que no estemos con el resto.

Solos.

Y la soledad, ¿la hemos descubierto o la hemos inventado? Si es un descubrimiento, desde luego malditos el día y la suerte de haberlo hecho. Porque descubrirla significa que hemos perdido algo o a alguien y tenemos ese vacío. Intentamos llenarlo y bajamos un peldaño emocionalmente. Si es un invento, menudo invento, porque gobierna nuestras acciones haciéndonos sentir a gusto sin compañía, impidiendonos marcar un número en el teléfono para hablar con alguien, o evitando que salgamos por el hecho simple de salir a tomar el aire y quién sabe, cruzarse con otro ser humano.

En definitiva, invento o descubrimiento, es un mal terrible, nos sume en una profundidad insondable (nosotros mismos), tiene una fuerza envidiable y nos limita en cantidades inimaginables, pero tiene un enemigo implacable, capaz de derrotarla en un segundo. La alegría de vivir, difícil de encontrar, difícil de empuñar, difícil de compartir, pero fácil una vez te has atrevido a cruzar la línea para entablar conversación, y la niebla se disipa dejando paso a una luz cegadora y enérgica.

No dejeis nunca de intentarlo, porque una vez conseguido, merece la pena la esfuerzo.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Avances tecnológicos



Para empezar se me ocurre algo medianamente fácil, lo primero que se me viene a la mente es dejar mi impresión sobre algún invento tecnológico, uno de esos aparatos que nos hacen la vida un poco más cómoda y que no por ello es algo simple. Empecemos por el teléfono.

Hasta hace relativamente poco en la historia del Hombre uno de sus mayores anhelos, además de volar, claro, era comunicarse a distancia de un modo que no implicara desplazarse, o depender de otras personas (carta, correo a caballo, barco, etc) y cuyo lapso de tiempo impidiera un retraso importante. Anteriormente al teléfono, había que esperar días, semanas e incluso meses una respuesta, con el consiguiente desfase en la conversación. Por supuesto que esto tiene su encanto, pero no es tan encantador emprender un viaje que nos lleve tanto tiempo sólo para comunicar algo.
Un ingenio como el telégrafo óptico(s.XVIII) fue precursor de esta idea: un comunicación relativamente rápida y parcialmente segura. Su velocidad era la de los operadores de las torres en que se alojaban los mecanismos creadores de señales ópticas, y la seguridad venía dada por el responsable de la codificación/decodificación de mensajes, que solía ser una sola persona en cada estación. Ya esto supone un avance, y aunque no fue integrado más que por un puñado de países europeos y la costa este de Estados Unidos, supuso un empujón a la tecnología de comunicación a distancia.

Más tarde, en el s.XIX se desarrolló el telégrafo eléctrico, basado en pulsaciones sobre un sistema eléctrico que transmitía las señales en un determinado código (como el conocido Morse) que se recogían de manera escrita sobre una cinta de papel en la estación receptora. Este es un sistema sin duda más rápido y que no dependía de las condiciones atmosféricas como lluvia intensa y niebla, sin olvidar que el telégrafo óptico no podía funcionar de noche.

Sin embargo, y a pesar de este avance, se hacía patente que el verdadero salto en comunicacion estaba por llegar, y vaya si llegó.

En 1854, un italoamericano cuya esposa estaba enferma de reuma, construyó el primer teléfono para poder hablar con ella desde la otra planta. Este rudimentario aparato fue la base de lo que hoy día usamos con avidez para comunicarnos a distancia.

¿Qué ha supuesto dicho invento en las vidas de los seres humanos?

Para empezar, extendemos un brazo a la distancia que queramos. Ganamos casi el don de la ubicuidad, podemos controlar una empresa, convencer a un cliente, pedir ayuda, asistir a reuniones, hablar con un amigo,...hablar. Si sólo fuera eso ya habría valido la pena. El hecho de poder hablarle a una persona a distancia como si estuviera a nuestro lado se antoja anticuado en nuestros días de auge de las telecomunicaciones con video y datos. Pero hubo un tiempo en que sólo eso ya era abrir una puerta a la magia de estar en otro sitio sin estar allí, como si una parte de nuestra conciencia volara al lado de la otra persona, que sabe que está hablando con un punto lejano a través de unos simples cables que asoman de la pared.

Y sin embargo, a veces nos cuesta trabajo incluso ir a descolgarlo y llamar a esa persona que lo necesita. Lo que en parte se ha solucionado con el teléfono móvil, rizando el rizo. Ahora las llamadas no tienen el hogar de una persona o la oficina, sino la misma persona. Hemos inventado lo que en un mundo paralelo de fantasía sería la comunicación mental, pero con baterías que recargar. Ah, y una factura a fin de mes XD.

Bueno, no todo es perfecto,¿no?